Reflexiones: el blog de Fundación Manantial

Les presento a TOC

Artículo publicado originalmente en El Periódico de Aragón (29/07/2019)

Ha llegado la hora. Han sido treinta años sufriendo como un perro, luchando en silencio contra un enemigo invisible, hábil, escurridizo y despiadado. Un enemigo desquiciante por sibilino y persistente; un enemigo cruel para uno y hasta simpático para los demás. Su nombre: trastorno obsesivo compulsivo. El TOC. La abreviatura le viene como anillo al dedo. Un inmisericorde toc, toc, toc, instalado en un frágil y desvalido cerebro. No hay serotonina. ¿Qué diantres es eso? Da igual. Tal vez su ausencia la use como excusa cuando decaigo en la lucha.

No, el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) no es Jack Nicholson en Mejor imposible. Ojalá. Conviene guardar de una vez en el baúl de los malos recuerdos los tópicos grotescos y frívolos esparcidos en la peliculita de marras. Un TOC agudo como el que yo tengo desde los veinte años es un infierno. Se lo cuento a ustedes como un durísimo ejercicio de catarsis por lo que me afecta, como una exposición profunda -alejada de absurdos estereotipos- de la enfermedad y, sobre todo, para decirle a quien también la padezca, que lo diga, que lo grite a los cuatro vientos, si no quiere repetir mi dolorosa historia.

La historia comienza tras el verano del 89 con las primeras obsesiones en mi mente sobre personas que van a destrozar mi vida, continúa con sentimientos de culpabilidad sobre las muertes de algunas personas (imposible leer un periódico o ver un telediario) y culmina, entonces sí, con la fase de persistentes y angustiosas comprobaciones (llamadas ‘compulsiones’ en el argot técnico) que son las que se revelan en la película de Nicholson y que tienen cero de simpáticas o divertidas. Si una persona enciende y apaga la luz más de treinta veces, ¿alguien cree que se lo está pasando en grande?

Las obsesiones y las compulsiones no me abandonan en todo el día. Solo cuando consigo dormirme. El TOC me ha atrapado y domina por completo mi vida. Son cuatro años infernales deambulando de un médico a otro. Por fin, el diagnóstico: Trastorno obsesivo-compulsivo (TOC). En mi vida lo he oído. No se lo pienso contar a nadie. Me da vergüenza, se creerán que estoy loco. Primera medicación: Dumirox. Con las primeras ingestas me mareo, me agoto, siento nauseas, imposible hacer deporte. Leve, muy leve mejora. Primeras sesiones con psicólogos de la Seguridad Social desastrosas. Las esperas antes de las mismas son terribles. Tengo miedo todo el tiempo. Comienzo a perder amigos porque siempre llego tarde (por las compulsiones), porque estoy irritable y pierdo los nervios con facilidad. El TOC te vuelve egoísta sin quererlo, ya que estás todo el día pensando en si la puerta quedó bien cerrada, la cremallera del pantalón bien subida o si eres o no culpable de las desgracias que acabas de leer en el periódico. Sólo piensas en eso y… en que tienes una enfermedad muy rara que no tiene nadie más en el mundo. Y hasta cierto punto es cierto porque en los comienzos de los 90 sólo los especialistas conocen la existencia del TOC.

No he podido terminar mi carrera de Derecho y empiezo a trabajar. Lo paso realmente mal. En mi primer trabajo de comercial llegaba a casa sobre las nueve de la noche absolutamente agotado y, en lugar de descansar, me obsesionaba la idea de que debía volver a aquel barrio donde había realizado mi jornada para ver si todo allí estaba en orden. Jamás me relajo. Pierdo mis primeros trabajos y en muchos de ellos acabo mal. Mi nivel de estrés me lleva al límite y cuando exploto no digo más que barbaridades sin sentido. El TOC desespera. Cuando tienes que volver a hacer por duodécima vez una comprobación, tu cuerpo, en rigidez y tensión permanente se agota. ¡No quieres volver a hacerlo! ¡Sabes que no debes volver a hacerlo! Pero lo haces. Y la cabeza estalla, y te destrozas los nudillos contra la pared. La golpeas una, dos, tres, cuatro veces. Destrozas la mano. Otras veces golpeo mi cabeza por la desesperación. Termino empapado en sudor tumbado sobre la cama. A veces, con un poco de suerte, termino dormido por el agotamiento.

El doctor Gómez es mi psiquiatra y me trata en el Hospital Provincial. Cuando estoy con él, comprende mi estado y mi enfermedad de tal manera que casi siempre me dan ganas de llorar. Más que nada porque con él no me siento raro, no me siento culpable. “Tienes un TOC agudo, Íñigo. Es una muy dura enfermedad mental y, sólo te queda, luchar, luchar y luchar. Finalmente recurro a una psicóloga privada y comienzo a ver la luz. Me enfrento a mi enemigo cara a cara por primera vez después de diez años; duras sesiones y primeros afrontamientos. Avanzo lentamente, pero avanzo. Van pasando los años. Llega una medicación casi milagrosa: Paroxetina. La tomo en grandes dosis. Los farmacéuticos siempre me miran raro. Una persona con depresión toma mucha menos cantidad. “Yo no tengo depresión. Yo tengo TOC” -pienso. No me importan las cantidades que me recetan. Sólo quiero estar lo mejor posible, poder seguir en la lucha.

Tengo cincuenta años y mi vida ha mejorado de manera significativa. Sigo teniendo TOC, sigo medicado (creo que ya para toda la vida), sigo con algunas manías y sigo con pensamientos irracionales. Pero lo más importante es que sigo luchando y mejorando mi vida.

Hoy, aprovecho la oportunidad que me ofrece este espacio en la web de EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, para gritarlo a pleno pulmón: Tengo TOC desde hace treinta años; para aconsejarles a aquellos que tengan leves indicios de padecer TOC que lo digan, que lo expliquen, que busquen ayuda. Y aparte de mi grito liberador, es mi manera de pedir perdón a los amigos que perdí, a las personas que asusté con mis extrañas reacciones y, sobre todo, a ese entorno cercano que me comprende y también… al que no me comprende.

No, el TOC no es Jack Nicholson en Mejor imposible. En todo caso es Paul Newman en La leyenda del indomable en su desigual pelea con el gigantón de George Kennedy. Éste le golpea una y otra vez, una y otra vez… Lo tira cien veces al suelo, pero otras tantas Newman se levanta y vuelve a encararse con el gigante Kennedy. “Ríndete, nunca podrás vencerme” y Newman le contesta: “Jamás, antes tendrás que matarme”. Pues eso te digo yo, jodido TOC.

Íñigo Íñiguez

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