Reflexiones: el blog de Fundación Manantial
Nadando entre dos aguas: una experiencia de supervisión
Ante todo quiero agradecer la propuesta de Cristina Díez, directora del Centro de Rehabilitación Laboral «San Blas», quien me sugirió amablemente compartir mi experiencia en torno a la supervisión. Anticipo, son reflexiones que me surgen al aproximarme a un aspecto básico de nuestra tarea. Es una visión personal que me resulta de guía. Dejo de lado cualquier intento de generalidad, entiendo que a cada cual le corresponde construir su propia representación. También renuncio a la valorada originalidad. Parto de una frase adjudicada al rey Salomón: no hay nada nuevo bajo el sol.
A lo largo de 17 años he tenido la oportunidad de supervisar en distintas modalidades: directa-indirecta, individual-grupal, dentro–fuera de entidades. He pasado por tres escuelas distintas.
Me resulta sorpréndete la repercusión que ha tenido en mi práctica unas cuantas experiencias de supervisión. Lejos de ser recuerdos fijos en el tiempo, son huellas vivas, ricas y que dotan de sentido mi hacer cotidiano.
¿Qué me resulta necesario para qué la supervisión genere repercusión?
En un plano que podemos llamar de la narrativa, nos encontramos en una lógica de la direccionalidad y de la intencionalidad. Con más o menos aciertos intentamos responder a requerimientos concretos. Damos cuenta de nuestro trabajo y solemos seguir un orden cronológico del antes y el después.
Un ejemplo de ese registro lo encontramos al preguntarnos en soledad o compañía: ¿Qué supervisamos: personas en atención, grupos, intervenciones familiares, el equipo, situaciones concretas? ¿Para qué supervisar: mantenemos visones encontradas dentro del equipo, la lectura que nos hemos construido no nos resulta de ayuda, es momento de una salida, mejor un cambio ó sencillamente no tenemos idea?
La respuesta que damos a las anteriores preguntas generalmente se traduce en historias con una trama definida, desarrolladas por una serie de personajes concretos con unos retos particulares.
Vamos, nos inventamos la antítesis de la confusión, la extrañeza, la perplejidad, y la energía desmesurada propia de algunas de las personas que intentamos acompañar día a día.
Ante el caos originario creamos ficciones cohesionadas, es decir, aparece nuestra fantasía de control. Se nos abre una posible vía de entendimiento al énfasis en la clasificación y tipificación (Rísquez, 2007) propia de los protocolos, los manuales psiquiátricos de referencia, nuestro recursos y programas. ¿Nuestros recursos son el anverso del sufrimiento psíquico continuado, paralizante y, en oportunidades, desorganizante?
Si nos creemos en demasía nuestras invenciones corremos el riesgo de quedarnos encerrados en una suerte de castillo de cristal a modo de princesas y príncipes encantados, en términos psicológicos. Mantenemos la percepción de repetición, predictibilidad y monotonía, corriendo uno de los riesgos más perjudiciales: acercarnos a la locura desde la distancia de la locura.
Una vez bautizado el riesgo, me centraré en lo relevante de la ficción: suele activar el motor del psiquismo, es decir, la curiosidad.
La curiosidad es la ventana de entrada al lenguaje figurado y, por suerte, es la puerta salida del castillo de cristal.
En este sentido, nadamos en otras aguas desconocidas. Con su atemporalidad propia. Donde la lentitud, la pausa y la gestación son angulares. Me refiero al territorio de los sueños, del humor, de los actos fallidos y de los síntomas. Cierto sector del psicoanálisis lo denomina proceso primario. O dicho de otra manera, un lugar y tiempo donde lo imposible puede devenir en posible.
Al compartir la ficción iniciamos un baile. En esa danza aparecen progresivamente imágenes similares al texto supervisado. Imágenes aportadas por todos los presentes. En ocasiones nombradas, muchas otras permanecen en la intimidad. Algunas son tomadas de la práctica profesional, otras de las artes, del deporte, de movimientos sociales, y la gran mayoría de nuestra vida cotidiana.
El paralelismo entre lo supervisado y lo cotidiano despierta en todos nosotros una serie de reacciones emocionales cercanas a la vivencia de la persona, grupo, familia o equipo en cuestión.
Aquí nos aparece una situación conocida por muchos. Si supervisamos 5, 8 o 20 compañeros, da igual el número, y todos trasmitimos el mismo mensaje verbal al mismo interlocutor, generalmente el interlocutor se muestra receptivo con uno, y tirando de optimismo, con dos profesionales. ¡Pero bueno, si todos enviamos el mismo mensaje! ¿Qué ocurre? Unos lo llaman alianza terapéutica (Gabbard, 2002), otros conexión emocional (Riera, 2011), también se ha estudiado la respuesta sensible (Marrone, 2009), por ahí se nombra una tal identificación (Bleichmar, 2002). En definitiva, todas hacen referencia a un potente recurso de intervención.
López Modéjar (2022) en su libro Invulnerables e invertebrados detalla, entre otras cuestiones, la fantasía de invulnerabilidad propia del hombre contemporáneo. Nos puede resultar acertada la tesis de la autora y su conexión con la época que nos toca vivir. Menos claro nos resulta percibirnos atravesados y participando del triunfalismo inmediato, omnipotente y profundamente negador de nuestra fragilidad.
La supervisión nos facilita dejar en suspenso ciertos ideales que nos construyen desde el nacimiento. Ideales relativos a la salud, el bienestar, la libertad, la felicidad, el género, lo colectivo, la justicia y la recuperación. Recordemos los ideales son la matriz del duelo o la postergación de la pérdida (Erroteta, 2021). Al abrirse esa puerta nos topamos de manera frontal y sin velo con lo más humano posible. Una valiosa y rechazada escuela: el fracaso
El reencontrarnos y apropiarnos de nuestras pérdidas y frustraciones, por nombrar algunos, en el amor, en las amistades, en los estudios, los trabajos, en los cambios de ciudad, en los proyectos políticos, y en la fe, suele tener dos efectos. Por una parte, nos despertamos de la anestesia producida por el exceso de colectivo, y, adicionalmente, sintonizamos con lo único e irrepetible presente en cada uno de nosotros.
La poesía suelen dibujar imágenes que nos permiten contemplar realidades que a la consciencia no le resulta posible, mucho más al hablar del repudiado fracaso. Tomo un breve fragmento escrito por Rafael Cadenas, premio Cervantes 2022, donde nos retrata el fracaso de la siguiente manera:
“Me has hecho humilde, silencioso y rebelde.
Yo no te canto por lo que eres, sino por lo que no me has dejador ser. Por no darme otra vida. Por haberme ceñido.
Me has brindado solo desnudez.”
A modo esquemático, la supervisión, al suspender temporalmente el peso de los imperativos categóricos, nos facilita un giro del afuera hacia dentro. Es un momento de recogimiento. Una vuelta a nuestro cuerpo y nuestras heridas más básicas. Justo allí en nuestra singular materia prima nos renovamos e integramos el sentido de nuestro hacer. ¡Lección aprendida!
Bleichmar, S (2002). Dolor país. Buenos Aires, Argentina: libros del zorzal.
Cadenas, R (2007). Obra entera poesía y prosa (1958-1995). Valencia, España: editorial pre-textos.
Erroteta, J.M. Algunas reflexiones sobre la disforia de género. Aperturas psicoanalíticas. Revista internacional de psicoanálisis. 2021; número 66.
Gabbard, G.O (2002). Psiquiatría psicodinámica en la práctica clínica. Buenos Aires, Argentina: editorial médica panamericana. Tercera edición.
López Mondejar, L (2022). Invulnerables e Invertebrados. Mutaciones antropológicas del sujeto contemporáneo. Barcelona, España: anagrama.
Marrone, M (2009). La teoría del apego: un enfoque actual. Madrid, España: editorial psimática. Segunda edición.
Riera i Alibes, R (2011). Conexión emocional: como se forma nuestra manera espontanea y no voluntaria de reaccionar emocionalmente. Barcelona, España: octaedro.
Rísquez, F (2007). De la piel para adentro. Caracas, Venezuela: editorial exlibris.
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2 comentarios
Edgar
Efectivamente Silvia, el cultivo del profesional dedicado a la salud mental es un proceso continuo y pasa por distintos espacios y tiempos indispensables. Uno de ellos la supervisión. Contamos con otros. Gracias por tus aportaciones Silvia. Desde luego es un tema que requiere de amplitud y flexibilidad. Una posible vía de salida a la riesgosa unilateralidad.
Silvia García Esteban
La supervison es muy necesaria, pero sin el trabajo personal individual no puede ser una herramienta efectiva del todo. Si antes no trabajamos creencias y la necesidad de cambios de posicionamientos frente a esos prejuicios que anidan en el interior de muchos profesionales de Salud Mental. La supervision hace falta ser escuchada desde una posición subjetiva humilde. El supervisor no es solamente un experto, un buen supervisor es aquel que también está empapado de la experiencia. Al final es aquel que se ha dejado empapar por ese dictamen freudiano: tratar a cada persona cómo si fuera la primera y la única: es decir, dejarse sorprender. Mientras el supervisado mantenga intactos sus prejuicios y no sea conscientes de ellos, solamente será una gota en el océano. Por eso hacen falta supervisores en primera persona también.